Por: Mateo Valencia Atehortúa@mavaatLas opiniones en esta columna no representa los pensamientos de Solo Paisas y son responsabilidad de su autor.

No sé si sea el mejor ejemplo de un paisa tradicional, sospecho que no y me siento aliviado de no serlo. Si soy paisa es por el simple hecho de haber nacido en esta región y amarla tanto como usted. Sin embargo, y a pesar de amarla profundamente, no me identifico ni por asomo con esas mal llamadas tradiciones de antaño que denotan prepotencia, regionalismo y mala educación.

Digamos que soy un paisa, así, a secas, que sabe que hay un mundo por descubrir más allá de las montañas. No me gusta el fútbol ni la religión, no sirvo para vender nada, no soy buen comerciante, no soy de derechas ni voy a toros; creo que Medellín es un milagro pero que no está ni cerca de ser la mejor ciudad del mundo, ni siquiera la mejor de Colombia, ni siquiera la mejor de Antioquia.

Pasamos por altaneros y engreídos en otras regiones del país, razón no les falta para clasificarnos de tal manera. Hubo una generación que creció convencida de que había nacido en el paraíso, que aquí estaban las mujeres más bonitas y los hombres más fuertes: hombres que religiosamente iban a misa los domingos y a putas el sábado. Diestros para el machete y la lengua, negociantes de racamandaca capaces de vender un hueco. Orgullosos de su acento y de su comida y de sus paisajes. Empresarios amañados con políticos que se hacían favores mutuos para mantener fortunas y poder. Gente que buscaba objetivos sin importar los medios. Causantes de los males más atroces que se han visto en esta parte del planeta y que hoy caminan como si nada por los pasillos del congreso. Hijos y nietos de unos señores machistas, castradores del conocimiento, que creían que sólo había una forma de ver el mundo, de encarar la vida. Quizá reconozca a alguien así en su familia, en sus allegados. Yo tengo varios cerca, que defienden lo indefendible con expresiones como: «hay que matar a todos esos hijueputas» o «Qué belleza medallo, sí o qué».

Metro CablePues sí, muy bonita Medellín, ¡cómo ha avanzado!, todos de acuerdo. Pero yo quiero otra cosa. Quiero tranquilidad, quiero vivir sin paranoias, quiero respeto. Es decir, una Medellín donde se respeten las diferencias políticas, las de credo y las sexuales. Quiero una ciudad donde lo más importante no sea un partido de fútbol. Quiero una ciudad donde se valoren los esfuerzos a largo plazo, donde se viva de forma colectiva buscando el bien común. Una ciudad donde se denuncie la delincuencia, donde los policías actúen en pro de los ciudadanos y no maquillen informes para mostrar resultados. Quiero una ciudad donde la educación sea lo primero, y no sólo un eslogan para ganar elecciones. Quiero una ciudad donde la televisión pública nos haga sentir orgullosos por sus contenidos, y no sirva más de plataforma panfletaria para el dirigente de turno. Quiero una ciudad que nos duela profundamente, tanto como para denunciar lo que en ella pasa y no quedarnos con premios efímeros que no resuelven problemas pero que en cambio ayudan a generar una capa sobre la realidad que la oculta, la tapa, la maquilla. La Medellín de hoy es un payaso: una bonita fachada que cubre las profundas heridas que no tiene quien le lama.

Quiero que los nuevos paisas seamos así y trabajemos en pro de esta Medellín. No quiero ser más el arriero, ni el montañero ni el gamín. Quiero ser el intelectual que civilizadamente resolvió sus problemas sin necesidad de recurrir a operaciones armada que dejan secuelas sicológicas tan profundas cómo las heridas de bala que allí se dispararon. Es mucho pedir un poco de calma al andar. Es mucho pedir que pensemos más en el bienestar que en la fortuna. Quiero ser ese paisa, que sienta mucha más admiración por los Vallejo, Gonzalez y Arangos, que por los Uribe, Escobar, Fajardo o Castaño. Quiero una ciudad que me de la posibilidad de vivir y morir dignamente, no bajo el fuego cruzado de la intolerancia.

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