ODIO A LOS PAISAS
Por Camilo Garavito. @camilogaravito.
Escribo este artículo desde el Foro Urbano Mundial, en Medellín, y aunque aún es pronto, pues estoy todavía a dos días de que acaben las conferencias, me parece indispensable empezar a sacar conclusiones, a escribir sobre este evento tan maravilloso, e intentar que no se me quede nada entre el tintero.
En el aspecto estrictamente técnico, mi primera y más importante conclusión, por ahora, es que odio a los paisas. Los odio porque viven en esta ciudad maravillosa, inmersa en esas enormes y bellísimas montañas, llena de árboles, de parques-biblioteca, de colegios, de espacios públicos. Los odio porque tienen un sistema de transporte público perfectamente funcional, una combinación de metro, metro-cable, metro-plus, buses, taxis… y ahora tranvía! Y más que todo los odio, desde el fondo de mi corazón, al que la envidia corroe, porque son amables, porque viven con esa permanente sonrisa, orgullosos de su ciudad, orgullosos de ser paisas. (Leer: 5 razones por las cuales nos sentimos orgullosos de ser Paisas)
“Ah no, es que Medellín sí es una verraquera…” me dice el taxista que me lleva de vuelta a casa. “Tenemos nuestros problemitas, como todo el mundo, pero ahí los vamos arreglando, poquito a poco. Es que hay que andar felices, si no pa qué… Sí o qué?”
Y me habla, con agrado, de la policía de tránsito, que ahora llega más rápido para ayudar cuando hay accidentes. Luego aclara que sí, que hay uno que otro ‘taco’ (trancón, atasco), “pero como uno sabe que eso se mueve, pues se queda en su carril y espera, tranquilito, y ahí va andando, pa no armar más taco. Si o qué?” Y me cuenta cuánto disfruta el clima, que no es frío ni es caliente, y sonríe al recordar cómo la gente cuida del metro, lo mantiene limpio y bonito, porque es un orgullo de su ciudad: la cultura metro. Y luego empieza a hablar de los políticos, que “seguro que algo robarán, porque político es político, si o qué? Pero uno no puede decir nada, porque ahí se ve…lo que prometen lo construyen, así a veces se atrasen unos tres o 4 meses. Pero eso es normal en todas partes, sí o no?”.
Y yo pienso que no, que en mi ciudad eso no es normal, aunque debiera de serlo. Y recuerdo mi casa, Bogotá, y me vuelve ese nudo en el estómago… y antes de que me carcoma la envidia y antes de llegar al odio, el taxista me sonríe y me dice, “y pa completar es que las niñas de esta tierra si es que son muy lindas, si o no? Es que esto es un paraíso…”
Y no puedo evitar sonreír, y por más que quiera no los puedo odiar, porque con sus ganas, con su actitud positiva, su compromiso con su ciudad, lo único que generan en mí es admiración, y no puedo escapar de su contagioso optimismo, de su amabilidad y de su felicidad. Y tengo que aceptar, por más que no quiera hacerlo, que mi conclusión no es que los odio, sino que los admiro, porque han logrado ponerse de acuerdo en una sola cosa, ponerse de acuerdo en lo fundamental. Son conscientes de que viven todos en un mismo lugar, en una misma ciudad, y que, a pesar de las diferencias que pueda haber, es responsabilidad de cada uno de ellos -de los políticos, de los taxistas, de los policías, de los ricos, de los pobres, de los ciudadanos- de todos y cada uno como individuos, como miembros de una familia, como miembros de un barrio, como miembros de una sociedad, el construir este lugar en el que viven, el quererlo, el mejorarlo día a día, con sus acciones, con su trabajo, con su cotidianidad, con su sonrisa.
Y pienso que aún me quedan dos días, y que hay demasiadas cosas por aprender, demasiados lugares por visitar, demasiadas cosas por decir, pero necesitaba sacar este artículo de mi sistema, porque tanto odio me está matando, y no puedo parar de sonreír.
Publicado el 10 de Abril, 2014
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